Conversación salvaje con un pomarroso

Historias de reconexión

El centro fundamental del Trabajo que Reconecta radica en el proceso de reencuentro con las fuerzas de la naturaleza que nos habitan y de las cuales hacemos parte. Vivimos en un entorno cultural que, durante siglos, ha sostenido y alimentado una brecha entre la condición humana y el mundo natural, al que ha convertido, ante nuestros ojos, en un medio para la satisfacción de nuestras necesidades, en un depósito de bienes, incluso de servicios a nuestra disposición, a lo sumo, en un bello escenario para nuestra experiencia de vida humana. Esta ruptura con la naturaleza, en nombre de la cual le dimos prioridad a la razón, establecimos la superioridad de la especie humana por sobre todas las demás especies y justificamos la explotación desmedida de los frutos de la tierra a los que consideramos “recursos naturales”; esta ruptura cierra los ojos ante el indiscutible hecho de que hacemos parte de los ciclos y las potencias de la vida. Tratando de hacernos poderosos y autosuficientes, nos ha dejado huérfanos, y ha nublado en nosotros la sabiduría, la capacidad de autosanación, de cooperación y solidaridad que sostienen las redes de la naturaleza en su conjunto. A presente somos una especie autodestructiva, que se daña a sí misma en la medida en la cual violenta al mundo en su conjunto.

El Trabajo que Reconecta nos lleva de regreso para encontrar los vínculos que nos unen a la naturaleza; los lazos que nos atan con el pasado, con nuestros ancestros, con la tierra, los ríos, las cordilleras que hemos ayudado a forjar y de las que somos parte. A continuación, veremos una de las historias de reconexión que acompañamos en el laboratorio del Castillo.

Un reencuentro con el abuelo

Amparo Cárdenas, como muchos de los participantes del encuentro, pasó buena parte de su vida en el campo, y con el tiempo ha tenido que acercarse cada vez más al casco urbano, tanto por razones de seguridad como por opciones de trabajo. Eso la alejó en parte del contacto cotidiano con la naturaleza. Sin embargo, todas sus memorias de la infancia están atravesadas por los bosques, los ríos, los cultivos y los animales con los que creció, y que pensó que había olvidado.

Una de las actividades que tuvimos en el laboratorio fue la de la “conversación salvaje”: la invitación era la de adentrarse en algún lugar de la reserva y emprender un diálogo con un ser otro-que-humano. Hablarle en voz alta, contarle nuestra historia, nuestros miedos y sueños; pero también escucharlo, darle ocasión para respondernos, para contarnos su propia experiencia, sus necesidades, sus memorias. Esta fue la experiencia de Amparo:

Cuando yo llegué allá, me di cuenta de que era un pomarroso, conozco ese árbol, era un pomarroso bebé.  Lo saludé, me acosté y le coloqué los pies así cómo acariciándolo. Le conté mi historia y luego le pregunté quién era él, lo bauticé porque como les dije era un árbol bebe.  Y entonces yo le conté a él, que en mi casa había un árbol que era como el abuelo de él, era un árbol inmenso, pero de los mismos.

Para ella este árbol distante era el nieto del árbol con el que vivió su infancia. No hay distancia en el espacio ni en el tiempo, porque la vida forja vínculos; y esa no es una teoría filosófica sino una experiencia clara y simple: somos semillas que se comunican a través de los hilos invisibles que recorren el planeta, el micelio, y tenemos parientes esperándonos incluso en los lugares más remotos. Un azar de la fauna completó esta historia de reencuentro:

“…era un árbol inmenso, pero de los mismos, que mi papá utilizaba, le había colocado una tablita encima y él compraba banano y le picaba a unos micos que eran salvajes, pues venían de la montaña y ellos todos los días llegaban por la tarde a comer ahí. Le estaba contando eso y hablándole de mi vida, cuando de pronto llegaron tres micos. Llegaron a comer sobre el árbol, casi encima de mis pies, ya que estaba acostada con los pies en el árbol, tres micos llegaron a comer pepitas, comían tranquilamente y me miraban. De pronto llegó otro mico más grande, más gordito y también se quedó mirándome como con ganas de hablar. Y ahí estuvieron hasta que ya yo casi que me vine. Me pareció que hubo algo, no sé si el árbol trajo los micos, para decirme que aquí también hay micos, yo también puedo ofrecerle como lo que le ofrece allá a su papá. Entonces yo le dije que iba a cuidar al abuelo, que le iba a llevar también saludos al abuelo que tenemos en la casa.”

Para Amparo la conversación salvaje no sólo le contestó directamente sobre su historia, sino que trajo a su propio padre hasta las raíces de ese pequeño y joven pomarroso. Le mostró en el rostro juguetón de los micos del Guejar, que así como los árboles guardan la memoria de sus abuelos, también los micos guardan con ella un vínculo, el que nació con su padre en un rincón del solar, a kilómetros de distancia. Para ella no sólo fue un momento mágico de reencuentro con sus raíces, y la del árbol; sino además la fuente de un compromiso mutuo, del reconocimiento de lo que debía a la naturaleza y de su personal necesidad de identificarse como parte de ella.

Le pedí perdón por el daño que nosotros hacemos al bosque, porque incluso yo he hecho daño también, y le prometí que yo de ahora en adelante iba a cuidar mucho lo que era la naturaleza, enseñarles a mis descendientes, a quienes mire que están maltratando, enseñarles a quererla, buscar que nos demos cuenta que son seres vivos, que también necesitan de nosotros. Aunque más están haciendo ellos por nosotros que nosotros por ellos, yo lo miraba y le decía, bueno, el oxígeno, el abono, la sombra, el alimento para los pajaritos, bueno, de todo nos brindan.

En la cosecha final del encuentro, esta fueron sus palabras:

Me llevo el respeto hacia la naturaleza, siento que me concientice de la importancia de ella, de que un árbol es un ser vivo que merece todo nuestro respeto y nuestro cuidado.

Para Amparo esta experiencia en Lejanías fue un camino de regreso hacia sí misma, hacia la historia que la forjó y hacia la naturaleza de la que ahora se sabe parte. Para nosotros fue una bella historia de reconexión.

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