Volvernos a abrazar en el Vientre de la Madre Tierra

Después de un largo 2020, volvimos a abrazarnos de nuevo en el vientre de la Madre Tierra y a tomarnos de las manos en torno al fuego sagrado que nos da esperanza para caminar, en colectivo, nuestro compromiso con la verdad. La Zafra, reserva natural en la cuenca del río Arenal en San Rafael, Antioquia, nos acogió durante estos primeros meses para seguir entrando en heridas que habían quedado congeladas en rincones profundos porque era imposible nombrarlas, porque no había oídos dispuestos a escucharlas, porque eran demasiado hondas como para poder mirarlas, porque se sentían como poco al lado de otras historias de sufrimiento inextricable, o porque era muy doloroso recordarlas.

Entrando al último año del mandato de la Comisión de la Verdad y reconociendo la expectativa que hay de recibir el Informe Final, nos re-conectamos más que nunca con la necesidad de honrar los dolores que todos y todas hemos sentido, con las culpas que no hemos podido soltar o con la indiferencia que nos ha hecho cómplices de tantos horrores. Todos los días honramos esos sentimientos que nos invitan a ser humanos, porque la guerra ha hecho todo por arrebatarnos la capacidad de sentir y de sentirnos vulnerables; nos ha negado la posibilidad de habitar el dolor y de encontrar en él una fuente de coraje, en lugar de temerle.

La palabra «humano» proviene del  latin humanus. Nace de la raíz humus, que significa «Tierra, suelo», y del sufijo –anus que significa «procedencia a algo». Y es que ser humanos significa ser parte de la Tierra, tener la posibilidad de pertenecer a un hogar en donde somos nada menos que un milagro, y experimentar la aventura de descubrir y descubrirnos como parte de un organismo que siempre se mueve para sorprendernos; para crear nueva vida. Al des-humanizarnos, la guerra nos ha privatizado, nos ha desarraigado de ese suelo, nos ha separado, nos ha enseñado a encerrar el dolor y a dejar de creer que es posible crear juntos un país nuevo, en armonía con la Tierra.

En este camino del Buen Vivir, nos vamos asumiendo como cuidadores, reconociendo que necesitamos ser cuidados y cuidadas también. Seguimos respondiendo ante el clamor de la herida abierta de este gran organismo que somos, aprendiendo a escucharnos, sentirnos, abrirnos, reconocernos y responsabilizarnos. Sabemos que no es una misión fácil, pero germinan gratitud y fe cada vez que somos testigos de que el encuentro es posible.

Este año queremos invitarles a acompañarnos en un nuevo viaje. Les invitamos a que abramos paso a la sorpresa para disponernos todxs a co-evolucionar, a renacer con los sentidos más abiertos, con la membrana del corazón plena y permeable, y con el alma despierta y dispuesta a entrar en el misterio de la nueva Colombia que estamos construyendo juntos y juntas. 

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