Imagen de portada: Mario Anibal Calle, soldado retirado del ejercito – obligado a vivir en silla de rueda después de haber quedado parapléjico por una mina antipersonas
La historia de reconciliación más visible que encontramos en este laboratorio giró en torno a Mario Calle, nuestro ex-militar e ingeniero mecánico que sufrió las consecuencias de la guerra al perder la movilidad de sus piernas y quedar atado a una silla de ruedas. Mario trabajó toda su vida en el ejército, y participó en el conflicto directamente, hasta cuando perdió sus piernas, y con ellas su trabajo, su entorno y su forma de vida. Pero no por eso se dio por vencido. Trabaja diariamente en ayudar a otras personas en condición de discapacidad, y se dedica a recoger y reparar sillas de ruedas, caminadores, muletas, y todo tipo de artefactos para quienes los necesitan y no tienen los medios para comprarlos. Ha desarrollado conocimientos de mecánica para adaptar carros y motos para personas con problemas de movilidad. Ha creado un proyecto de cultivos hidropónicos para que ellos puedan tener medios para ganarse la vida. En suma, Mario transformó sus limitaciones en una vocación.
Varias de los asistentes al encuentro son personas que sufrieron de una u otra forma las consecuencias de la violencia ejercida por la fuerza pública, y, en particular, por el ejército, razón por la cual, al iniciar el proceso, sentían resistencia, desconfianza, incluso rabia contra Mario. El representaba, hasta cierto punto, al enemigo.
Pero, poco a poco, al ir conociéndolo, cada uno de ellos fue descubriendo en él a un valioso ser humano, a un hombre valiente y generoso, a un compañero. Misael, líder agrario y sindicalista muy reconocido en toda Sumapaz, estuvo retenido en varias ocasiones por el ejército, acusado de hacer parte de la guerrilla. Su experiencia lo había llevado a temer y a despreciar a las fuerzas armadas. Esa percepción cambió en su encuentro con Mario:
Para mí el concepto militar lo veía como algo inhumano; por todo lo que me sucedió a mí; por todo lo que he visto que le ha sucedido a la humanidad, lo veía como algo inhumano. Y aquí ese concepto ha cambiado.Cuando hemos hablado con él en la forma como hemos hablado, con la sinceridad que él habla, con el conocimiento, pero también viéndolo hoy en la vulnerabilidad que está y en las condiciones en que lo dejó la guerra, entonces para mí siento hoy es esa solidaridad por Mario, como humano, como humanista. Esa solidaridad, aunque seguramente no la necesita porque es un hombre muy fuerte al que también eso le admiro.
…viéndolo hoy en la vulnerabilidad que está y en las condiciones en que lo dejó la guerra, entonces para mí siento hoy es esa solidaridad por Mario, como humano, como humanista.
Huberto y Fermín fueron guerrilleros y están en proceso de reincorporación. Es claro que podrían haber considerado a Mario como un enemigo, porque, de una u otra forma, lo fue. Sin embargo, era muy frecuente que ellos lo ayudaran, empujando su silla de ruedas para llegar al salón de reuniones. Ya no eran ni el militar ni los guerrilleros, sino compañeros, miembros de la misma aldea.
Sebastián, el líder campesino, decía en la cosecha final:
Me llevo esa energía bonita de poder mirar a los ojos a Mario y de compartir con el compañero Mario. Mario es uno más de los muchos militares que por alguna u otra razón escogieron ese bando. Pero hoy, o estos días, comprendí que no se trata de bandos. Que nos podíamos sentar, más de una ocasión, charlar sobre diferentes situaciones de la vida. Y que él se haya abierto de la manera en que lo hizo con, quizás pocos de los compañeros, para mí fue una experiencia quizás inolvidable.
Para uno de los ejercicios del encuentro – la caminata de paz precisamente – era necesario internarse en el bosque, a donde no podía entrar la silla de ruedas. Para que Mario no se perdiera de la experiencia, fue necesario que varios de los muchachos se turnaran para llevarlo sobre sus espaldas. Y no sólo lo hicieron con cuidado y con cariño, sino que además esa resultó para ellos una experiencia bella y enriquecedora.
Fredy contaba que al llevar a Mario había estado pensando en su madre. Ella tenía una hermana con discapacidad, y frecuentemente tenía que llevarla alzada. Para él esta fue una oportunidad para acercarse a su mamá, para compartir con ella su carga, para ser más consciente de su amor y su sacrificio.
Sebastián, nuestro anfitrión de Casa Sumapaz, nos decía que cuando se sentía cansado al llevar a Mario a cuestas, se inspiró en una historia que él nos había contado, sobre una ocasión en la que tuvo que llevar durante tres días el cadáver de su amigo. Sergio, líder campesino juvenil, dijo que al llevar a Mario sobre sus hombros no sentía que fuese alguien diferente, un peso de más, sino que, de alguna manera, él lo hacía sentir completo, como si fuese su complemento.
Líderes sociales, de tendencia política de izquierda en su gran mayoría, pero ninguno vio en Mario a un oponente, sino a un ser humano, a un amigo al que no querían dejar atrás.
Mario, por su parte, encontró en el Laboratorio una oportunidad para abrirse, para compartir con todos, para escuchar, para sentirse aceptado y acogido:
Cada uno expresó sus angustias, cosas que pasaron en todo este conflicto. Nos dimos la oportunidad de escuchar, sentir lo que cada uno de nosotros tenemos guardado para sí y que nunca lo habíamos expresado. Se siente la angustia de la compañera, el sentir de la señora, de lo que dijo el compañero, cosas muy fuertes.
Nos dimos cuenta de muchas cosas de cada uno de nosotros y eso no nos hace diferentes, más bien nos hace uno solo. Cada uno vive un dolor y vive una angustia, vive unas necesidades propias dentro de su dolor, y es fuerte. Y aunque no es nada fácil expresarlas, hoy es un día maravilloso, porque yo pude desahogarme mucho. El sentir de la vida que llevo, de la soledad que siempre he mantenido… Entonces cada uno de nosotros nos deja algo, nos deja un conocimiento, sentir el dolor de otra persona es fuerte, pero nos llena a nosotros. ¿Por qué? Porque a pesar de que las cosas que hemos sufrido también han sido duras, otras personas también las han sufrido en diferentes niveles de dolor, de angustia, de necesidad. Entonces fue maravilloso.
Sin bandos, sin enemigos, al cerrar el encuentro todos nos despedimos como compañeros, como miembros de una misma comunidad. Esa fue una bella historia de reconciliación.