Imagen de portada: entre el 20 y 25 de abril estuvimos reunidos en CASA SUMAPAZ, y esta foto, con nuestras «flechas de oración» en la mano, fue tomada al final de nuestro viaje en el vientre de la Madre Tierra
En la hermosa Casa Sumapaz, en las afueras de Arbelaez, nos reunímos en el Vientre de la Madre Tierra con un grupo bien interesante: un nutrido conjunto de jóvenes, entre los 20 y los 30 años, en su mayoría miembros de iniciativas sociales, artisticos o ambientales de la región. De otra parte, encontramos un grupo de líderes mayores, que llevan muchos años trabajando por el Páramo y por sus comunidades. Entre los participantes hubo varios que hicieron parte de la guerrilla de las FARC, y que pertenecen al partido político Comunes. El personaje que en este caso representaba un punto de referencia que muchos consideraban como “el enemigo”, era Mario Calle, miembro retirado de las Fuerzas Armadas, y que llegó en su silla de ruedas, siendo parapléjico debido a una mina antipersonas. También hicieron parte del encuentro algunas personas de otros espacios y espectros de la experiencia del conflicto que hemos vivido como nación: una consultora en temas de responsabilidad social y sostenibilidad que venía de Bogotá, miembro de y puente con el mundo empresarial; algunos representantes del mundo académico, y nuestro anfitrión de Casa Sumapaz – todos ellos siendo representantes de las clases más privilegiadas.
Aqui queremos compartir algunas de las más bellas historias de sanación, reconciliación y reconexión de las que fuimos testigos y coparticipes.
Liliana – una niña asustada que pasó 16 años «en el monte»
Liliana, como muchos otros jóvenes de nuestro país, es una excombatiente que fue reclutada por las FARC cuando aún era una niña. Su vida fue brutalmente marcada por la guerra mucho antes de que fuese capaz de tomar decisiones o de identificar seriamente posturas políticas. Fue simplemente arrastrada por la violencia y llegó a nuestro encuentro con la carga de todas sus heridas: la herida de una niña asustada:
«Quiero liberar esa tristeza, la tristeza que sentí cuando me capturaron porque tenía mucho miedo. Pensé que no iba a volver a ver a mi familia ni a mis hermanos. Esa noche fue tan oscura, tan oscura. Y llegar a ese lugar lleno de alambres sin saber, cuando todavía era una niña, si podía volver a salir de ahí. Y ver el cielo, ver las montañas. Y pensar y sentir el dolor de mi familia.«
La herida de una jovencita que ve morir a sus amigos, a sus compañeros, los únicos que había conocido:
«La tristeza que nos ha dejado esta guerra, la muerte de Oscar Javier Sánchez y de Alejandro Ruiz, de Juliana, mis compañeros. Que no nos dio tiempo ni siquiera de enterrarlos, porque nos empezaron a perseguir y no teníamos tiempo de llorar.
Y la rabia. La rabia porque sólo quería que ellos murieran; que, así como no tuvieron compasión con mis compañeros, no tener compasión con ellos. Eran jóvenes. El mayor tenía 17 años. Sentía mucha rabia, solo quería poder defenderme y defenderlos a ellos, a los que quedaban y que murieran, así como murieron ellos. No les importo nada. ¿Por qué no iba a hacer lo mismo? Que volaran en pedazos, así como volaron ellos, y lo perdieron todo… Y lo perdimos todo.«
La herida de una joven atrapada y humillada:
«Cuando me capturaron, que me clavan el fusil en la costilla y me decían: «Maldita guerrillera! Ahora si es que va a ver cómo es». Tanta rabia, tanto miedo, rabia en lo más profundo de mi alma. Rabia hacia ellos, los de uniforme, con sus máscaras, con sus gases lacrimógenos, con sus armas, con sus guardias. Rabia con el encierro. Rabia con ese hacinamiento, con esa falta de agua, con ese alimento que nos daban como si fuéramos perros.«
La herida de una mujer que trata de comprender y enfrentar su pasado, y que tiene miedo de asumir un presente en el que se siente juzgada y rechazada:
«La desesperanza de no poder confiar en
el otro.«
«Y miedo. Miedo de no poder salir de ahí. De no salir de la rabia ni del dolor. Miedo de volver atrás y miedo de enfrentarlo. Miedo de ver esa oscuridad tan profunda, de esos monstruos. Que el corazón se vuelve como una piedra. Ya no quiere sentir, ya no quiere ser consciente, y te endureces. La desesperanza de que otras personas te juzguen, te pongan una etiqueta y no te saquen de ahí y utilicen ese pasado, ese dolor que sólo tu espíritu conoce, para lastimarte. La desesperanza de no poder confiar en el otro.«
Estas eran las heridas que trajo Liliana a nuestro encuentro: la angustia y el pánico de una niña arrastrada al monte, a la oscuridad, atrapada en una historia de violencia que la alejaba de su familia, de su propia infancia. El dolor de quien tiene que abandonar los cuerpos de sus amigos, que tiene que obligarse a correr y a tragarse las lágrimas para tratar de sobrevivir otro día. La furia contra quienes le hicieron daño, la humillaron y la sometieron. El temor de haberse perdido a sí misma, de haber sacrificado su corazón y su conciencia. El desconsuelo de sentirse marcada y rechazada por un mundo que no está dispuesto a comprenderla, que no entiende lo que tuvo que vivir.
En el Laboratorio ella encontró un lugar para dejar salir las emociones que había mantenido ocultas, incluso ante sí misma, por mucho tiempo. Pudo tomarse un tiempo para volver a reír como una niña, para jugar, acercarse y compartir:
«Para mí ha sido muy bonito compartir con todos ustedes, encontrarme con Freddy, con Sergio, con Angelita, con Diana. Siento que, por ejemplo, yo nunca había tenido la posibilidad de compartir así con Misael, de reírnos, de estar en otro espacio y, como en ese tema de desconectarse y reconectarse, es reconectarse desde el corazón.«
Encontró un grupo de seres humanos dispuestos a escucharla sin juzgarla, a acogerla, a mirarla con respeto y con ternura:
«Siento que en estos espacios se quita un poco el disfraz, la camiseta de lo que sea que lo represente o el traje de lo que sea que represente, y es vernos y sentirnos realmente como lo que somos.«
…vernos y sentirnos realmente como lo que somos…
Encontró, ante todo, una relación cercana con la Naturaleza, y, en ella, un profundo camino de sanación:
«Y realmente para poder sanar a la Madre Tierra, que es nuestra propia sanación, que es lo que yo sentía ayer, que si nosotros la sanamos a ella, nos sanamos nosotros, y la curación de nosotros es también la curación de ella. Pero si estamos desconectados y estamos tratando de imponer nuestra verdad y llenar el espacio de palabras, no podemos avanzar porque estamos – no estamos desde el sentir, no estamos desde el Espíritu, desde el amor, sino que estamos es ahí compitiendo unos con otros.«
Tras nuestro encuentro en Arbeláez, Liliana vivió un cambio en su relación consigo misma y con su entorno, que le permitió leer y percibir de otro modo la realidad con la cual se encontró en los meses posteriores. En medio de las protestas sociales y de las marchas, ella se abrió a la posibilidad de mirar a todos, incluso a “los de uniforme” como los frágiles seres humanos que son, y a sentirse conectada con ellos:
Este lugar de turbulencia me aterroriza y sentir que tenga que tomar la opción por algún bando en el que no quiero estar, el sonido de las balas vuelve a sonar cerca de mi vivienda y los gritos de indignación se mezclan con el uso desmedido de la fuerza por las fuerzas militares. Pero los policías también me dan tristeza, veo sus rostros agotados y con temor, ese mismo temor que sienten los que están del lado de la protesta social.
Las heridas no se cierran de golpe, pero el Laboratorio le abrió a Liliana un valioso camino de búsqueda, uno que le permite verse a sí misma y a los demás con una nueva luz. En ese camino ya no tiene que elegir un bando, y puede abrir su corazón con compasión y con ternura por todos, también por aquellos que un día fueron sus enemigos. También ellos sufren, también ellos tienen miedo, y también con ellos es posible crecer. Lo que ella encontró es el hecho de que cada ser humano que vivió el conflicto lleva en su alma heridas similares, y que sólo el encuentro sincero y el reconocimiento de nuestra común fragilidad nos permitirá curarnos los unos a los otros.
Por su valentía, su capacidad autocrítica y crítica de las ideologías en el partido Comunes (del cual hace parte) y su palabra tan franca y sanadora, el equipo de Reconectando invitó a Liliana ser semilla de Reconectando. Era además obvio su amor por – y confianza en – la sabiduría de la naturaleza. Ella aceptó con muchísima gratitud y emoción esa invitación – como una muestra más de que los demás sí pueden volver a confiar en ella.
Liliana Gutiérrez – ex combatiente de las FARC, lideresa escuela agroecología en San Juan de Sumapaz, miembro del partido Comunes