«Yo nací en un país muy rico
Donde hay plata y hay oro
También está la esmeralda, el coltán y el petróleo
Nos invadió la cruenta guerra
Que está acabando con todo
Los niños nacen enfermos,
Solo quedan piedra y lodo
Y es muy triste que en mi país se viva esta situación
Un grito se escucha aquí que sale del corazón
Que callen los fusiles, que hay mamás llorando
Que callen los fusiles, Colombia está llorando…”
Las aguas que atraviesan la región del Magdalena Medio contienen las memorias del dolor que corre por las venas de toda Colombia. Según dijo el ex-jefe paramilitar de las Autodefensas Campesinas del Magdalena Medio, Ramón Isaza, el Río Magdalena podría ser considerado como la fosa común más grande de Colombia. Sus caudales han recibido la barbarie hecha sangre, han sido testigos de múltiples enfrentamientos y muertes, y han contenido las lágrimas de quienes, ahora casi secos, siguen intentando dar sentido a lo que les pasó. Así lo expresó Rebeca –víctima que aún se hace preguntas sobre lo que implica perdonar– durante el laboratorio que vivimos en la Reserva Natural Zafra, en San Rafael, Antioquia entre el 13 y el 18 de marzo: «mi corazón es tan duro como esta piedra. La guerra me enseñó a ser dura; insensible (…) muchas veces ni siquiera aprendemos cómo expresar ese dolor que sentimos. Y creo que la única forma que encontré fue volverme dura y seca. Considero estar seca por dentro.«
En nuestro primer laboratorio del año, nos re-conectamos con esas aguas llenas de dolor que han vuelto coraza nuestro cuerpo colectivo. En este ritual de paso que sigue su rumbo por toda Colombia, volvimos a sentir a la tierra regenerando vida en nosotros y recordándonos las formas en las que ésta siempre renace. «El río mismo es la vida», reiteró Marlon Osorio, integrante del grupo juvenil «Somos Territorio» del corregimiento de Micoahumado, mientras ofrendaba una botellita con agua del Magdalena al altar que consagró los deseos de sanar, sanarnos entre nosotros y con la Tierra. Y es que esas aguas nos recuerdan que la vida no tiene una sola manera de expresarse y que cuando nos abrimos a las verdades más hondas, nos empezamos a encontrar con manifestaciones de belleza que jamás habríamos creído posibles.
El río nos invitó a llorar los asesinatos, los desplazamientos forzados, las torturas, las violaciones ejercidas sobre los cuerpos de las mujeres y sobre la naturaleza, una y otra vez. Al abrir paso a esas aguas de dolor, fuimos dándonos cuenta que hay testimonios que nos cuesta más escuchar, así como también hay verdades que nos cuesta más compartir, dependiendo de nuestra experiencia. «Yo sentí que el compañero no habló con la verdad. Yo sentí que el compañero no sé qué lo detuvo para abrirse hacia nosotros y nosotros escuchar lo que queríamos escuchar (…) Tantas dudas que tenía—precisamente el compañero va y se sienta al lado de nosotros. Entonces, yo le decía al compañero, el que tú estés trabajando en estos momentos con nosotros, es porque teníamos muchas cosas que hablar contigo.» – compartió Claudia, una de las participantes, con el grupo. Hacía referencia a un hombre grande y voz profunda que se había desmovilizado de las AUC en el año 2006.
Con el universo llorando desde el cielo, las palabras de Claudia y la apertura a la que nos comprometimos al entrar en el círculo que nos estaba sosteniendo a todos/as, empezaron a convertirse en nido para acoger una verdad que no había podido ser expresada. Entonces, nuestro compañero, ex-combatiente de las Autodefensas Unidas de Colombia, pudo contarnos: «Yo, la verdad, estoy re-conectando. Y eso es lo que quiero hacer: re-conectar. Es muy difícil saber de que uno está sentado aquí y prácticamente como representante—porque yo al principio dije: vengo en representación de un grupo de excombatientes, pero nunca dije qué grupo era. ¿Por qué? Por el temor. Ustedes ahorita me ven como una persona común y corriente. Ya no era el hombre que tenía el brazalete, el fusil, que lo miraba a usted y usted tenía que agachar la mirada porque ajá. No, ya no. Entonces, yo le decía a las compañeras que el tema mío, de pronto, de sentirme de que lo que ustedes narran, 80% tiene que ver con Autodefensas Unidas de Colombia«. Ahí, enraizándonos en el anhelo de la esperanza y dejándonos navegar el misterio del amor, nos volvimos a humanizar en el grupo; volvimos a entrar en nuestra ecología profunda que nos llama a sentir la interdependencia que nos constituye.
Después de poder decir quién había sido, nuestro compañero nos habló de su presente, de su proceso y de los retos que enfrenta en la misión de ser partero de esta nueva Colombia: Cuando yo me fui para el río, yo lo que buscaba era una paz interior, ¿sí? Porque yo creo que primero me tengo que sanar yo para poder expresar (…) Aunque en el grupo que yo vengo representando venimos trabajando con víctimas, hay víctimas que sí nos aceptan, como hay víctimas que no se sientan al lado mío, o se paran. Sabemos que eso no es fácil (…) Es un karma que yo sé que lo vamos a vivir de aquí en adelante. Y creo que lo estoy pagando».
Todos y todas somos más que el nombre que nos dan al nacer, somos más que un grupo al que decidimos pertenecer alguna vez, y somos más que una identidad que pudo habernos determinado en el pasado. Por eso nos resulta tan sanador ese momento en el que rompemos las cárceles que nos encierran como individuos y podemos permitir que las manos se junten para ampliarnos en el abrazo de un hogar más grande. Se trata de un ritual de bienvenida, también.
Los dolores no se fueron del todo, y tampoco lo esperábamos. Sin embargo, abrimos camino para que empezara a emanar medicina colectiva de las heridas, mostrándonos que la verdad es a muchas voces, y que escucharnos nos ayuda a avanzar juntos y juntas. Encauzando nuestra intención e imaginación para ser co-creadores de esta realidad, seguimos nuestro viaje en espiral entregando a la Tierra esas semillas de confianza que salieron de los frutos de nuestra cosecha. Como lo expresó Icela Durán, coordinadora de la Casa de la Verdad en Aguachica: «volví a sembrar aquí confianza (…) no solo la confianza que me daba la otra persona, sino también la confianza que yo tenía que darle a la persona que venía detrás mío». En interdependencia y confianza, regresamos de nuevo a nuestros territorios, ahora más humanos y llenos de motivos para seguir polinizando la esperanza activa y la gratitud de haber vuelto, otra vez, a nuestra casa común.
«Cuántas veces no estuvimos por estos lados, recorriendo la naturaleza. Pero no la vimos desde el punto de vista que se vio hoy. Eso de mirar un árbol, de mirar una fruta, eso para nosotros no existía, porque nosotros teníamos otras misiones específicas. Hoy, analizar el correr del río– ¡tan bonito como se cierran las agüitas! Escucharlo; ver los árboles, el poder re-conectar con la naturaleza. Analicé muchas cosas de mi vida y vi la importancia de cómo se maneja el ambiente, de cómo podemos nosotros aportar. Y créame que viví la experiencia de poder sentir la naturaleza como es.»
«De pronto cuando llegué no dimensioné lo importante que sería este reencuentro conmigo misma. Con la experiencia de esta mañana creo que me estoy empezando a encontrar después de tantos años, después de casi medio siglo, hasta ahorita creo que me estoy empezando a encontrar.»
One Reply on “Magdalena Medio: descubriendo interdependencia y confianza”
Para el Magdalena Medio y para mí, Reconectando ha sido un proceso de volver a re-conocernos como seres humanos, poder mirar al otro a los ojos y ver su dolor, independientemente en que orilla del rio hayamos estado, escuchar y sentir la barbarie pero también las acciones que realzamos día a día en la vereda, en el pueblo con la organización, re-conocer a la naturaleza como una víctima más de todo el conflicto y a su vez como una medicina para sanar, me devuelven la esperanza de que un pías mejor es posible, infinitas gracias al equipo de Re-conectando.